
Cuando un técnico tiene a su cargo una generación de futbolistas envidiable y se hace el ridículo de esta manera en una competición de tanta repercusión como son unos JJ.OO., su máximo responsable debe ejercitar o conjugar el tan infrecuente y molesto verbo para un entrenador que es
dimitir.
Se puede tener mala suerte en un partido, te pueden perjudicar los arbitrajes y te fastidian de tal manera que tal vez tengas que irte a casa sin merecerlo pero es que la selección española y ningún equipo del mundo puede esgrimir como excusa la mala suerte o las malas decisiones arbitrales hasta en tres partidos. Una de las favoritas para conseguir el oro se va a casa sin ganar un partido y sin marcar ni un solo gol, una de las favoritas de los JJ.OO. da la impresión de que sus jugadores son de tercera división dando una imagen técnica y táctica muy pobre y una sensación de indolencia tan
Absoluta como nuestra selección campeona de todo en los últimos años.
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Ante una sucesión de hechos tan patéticos en la dirección de un grupo susceptible de medalla olímpica, al técnico
Luis Milla sólo le queda asumir su responsabilidad y abandonar su puesto como seleccionador presentando su dimisión inmediatamente después de pisar suelo español o si no, fomentaremos la sensación del
"Aquí no pasa nada", cuando en cualquier profesión por la consecución de unos resultados tan lamentables sin tener motivos para ello, (¡Porque anda que tenía malos jugadores!) el máximo responsable se ve obligado a abandonar su posición.
Lo más honesto, lo más digno, lo más aconsejable, lo más oportuno y lo más profesional sería que él mismo diera el paso al frente.