Que Mourinho es un gran entrenador no le cabe la menor duda a nadie y de que tiene la suerte como aliada desde el comienzo de su exitosa carrera tampoco se debe poner en duda. La suerte de haberse cruzado en la carrera de un caballero del fútbol como lo fue Bobby Robson y de un gran entrenador como es Louis van Gaal. La suerte de poder entrenar a un Oporto en auge por aquel entonces, de llegar a Chelsea teniendo éstos el dinero por castigo y recalar en un Inter de Milán hambriento de títulos. En todos estos equipos ha demostrado estar a la altura de la entidad que dirigía en forma de trofeos conquistados. Ahora Mourinho tiene la suerte de entrenar al club más grande del mundo y disponer de la plantilla más completa que jamás tuvieron los de Chamartín. Ya tiene un título perseguido desde hace décadas por la familia madridista como fue la Copa del Rey conseguida la pasada temporada y no creo que esté por demostrar su categoría como entrenador del club más laureado del mundo porque su categoría como entrenador está suficientemente probada. Ahora seguro que dispondrá de la suerte que siempre es necesaria en esto del fútbol y que suele estar con los mejores para ganar títulos irremediablemente.
Ahora bien, la soberbia, la autoestima, vanagloria y seguridad que tiene en sí mismo el de Setúbal nunca puede sobrepasar la grandeza de una institución como el Real Madrid. Nadie se lo hace ver al parecer, sobre todo porque su valedor principal es el máximo mandatario del club y nadie de los que forman el séquito de Florentino tiene suficiente hombría para contradecir al presidente.
No se le debe tolerar a Mourinho tratar de cambiar la actitud de un público tan soberano como el del Bernabéu y es que ya van siendo unas cuantas ocasiones en las que el magnífico entrenador del Real Madrid se queja de la manera de apoyar al equipo por parte de sus seguidores. Lo hizo después del partido del Rayo censurando la falta de apoyo en ese y en el jugado en Getafe y el otro día ante CSKA quiere con su gesto de acudir al fondo sur agradecer los ánimos constantes que desde esa parte del estadio les han mostrado, pero a nadie se le escapa ni a él tampoco, que el gesto es más bien una recriminación pública, escenificada, teatrera e irrespetuosa hacia el resto del estadio Santiago Bernabéu.
A Mourinho, como a un niño, no hay que maleducarle consintiéndole todo lo que desea, se le debe enseñar a respetar ciertos códigos, a no sobrepasar algunas líneas, a no extralimitarse en sus pretensiones, a que éstas no vayan más allá de la grandeza de una institución pero al parecer, ahora ganar como sea es la gran prioridad, da igual que la naturaleza de un club se vea amenazada si la persona que está poniendo al límite la buena imagen de un club les va a saciar de trofeos. No estoy de acuerdo con tanta permisibilidad, con tanta manga ancha, con otorgar tanto poder a una persona que dentro de poco cogerá los bártulos y se irá a completar su colección de títulos a otra parte.