En ocasiones veo técnicos de fútbol a los que se les da demasiada importancia, citaré los tres casos probablemente objeto de mayor repercusión mediática y quiénes, eso hay que reconocerlo, están haciendo un gran favor al fútbol con su sabiduría y aptitudes para dirigir grandes clubes, pero que ésta desmesurada importancia otorgada durante años les está haciendo un flaco favor personal al elevarles exageradamente su autoestima al altar de la minoritaria excelencia profesional. Me estoy refiriendo obviamente a Guardiola, Mourinho y un tercer técnico unido involuntariamente, creo yo, a esta "trilogía" de ases del banquillo que no es otro que Marcelo Bielsa.
Pep Guardiola está ahora conociendo el amargo sabor de la derrota, pero no de una derrota aislada que no les lleva nada más que a aprender de los errores para ser mejores, sino de la derrota realmente dolorosa por su significado, por su trascendencia y también por su sucesión en el tiempo y es que en apenas 72 horas su equipo ha dicho adiós a las dos competiciones más importantes de la temporada. Decía en la rueda de prensa posterior a la semifinal de Champions que no sabía cómo se sentía, ¡Yo se lo digo! que estoy acostumbrado a perder y también he estado acostumbrado a ganar, ese es el sentimiento de la derrota que te embarga, que te paraliza, que te ensimisma y te entristece sobremanera. Lo dije hace más de dos meses y lo recuerdo antes de que se haga oficial, Guardiola no va a continuar como entrenador del Barça. Su falsa humildad habitual y sus elogios al rival no le sirvieron, aunque fueran mejores que los ingleses, "No tocaba".
El segundo de los técnicos "el coleccionista de títulos" Mourinho, ayer sucumbió a las leyes no escritas, intangibles del fútbol que le hace ser tan maravilloso a este deporte. Su prepotencia, soberbia, irreverencia, vanagloria y elevada autoestima tuvieron que ponerse de rodillas ante lo incierto y mágico que resulta este juego en donde el más poderoso no gana siempre por mucho que esté dirigido por el mejor entrenador del mundo.
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